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Arregla la máquina, no la persona

Por Leonardo Ignacio Martínez Sandoval

Esta es una entrada traducida de la serie Raw Nerve de Aaron Swartz. La entrada anterior es Abriga los errores.

La planta de General Motors en Fremont era un desastre. «Todo era una pelea», el líder sindical admite. «Gastaban más tiempo en quejas y en otras cosas como esas que en producir coches. Tenían huelgas todo el tiempo. Era caos constante… Era considerada la peor fuerza laboral en la industria automotriz en Estados Unidos».

«Una de las expresiones era que podías comprar lo que quisieras en la planta de GM en Fremont», añade Jeffrey Liker, un profesor que estudiaba la planta. «Si quieres sexo, si quieres drogas, si quieres alcohol, ahí esta. Durante los descansos, durante el lunch, si querías apostar ilegalmente – cualquier actividad ilegal estaba disponible en esa planta». El abstencionismo era tan algo que algunas mañanas no tenían suficientes empleados para empezar la línea de armado; tenían que cruzar la calle para sacar a la gente del bar.

Cuando la administración intentó castigar a los trabajadores, los trabajadores intentaron castigar de regreso: rayar carros, aflojar partes en lugares difíciles de alcanzar, llenar quejas en el sindicato, e incluso construir coches peligrosos. Era una guerra.

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Abriga los errores

Por Leonardo Ignacio Martínez Sandoval

Esta es una entrada traducida de la serie Raw Nerve de Aaron Swartz. La entrada anterior es Confronta la realidad.

Esta es una historia de dos organizaciones sin fines de lucro.

En una, odian cometer errores. ¿Cómo podría ser de otra forma? «Nunca vamos a disfrutar regarla», me dijeron. Pero esta actitud tiene muchas consecuencias. Todo lo que hacen tiene que pasar por varias capas de aprobación para asegurarse que no sea un error. Y cuando alguien la riega, intentan ocultarlo.

Parece ser natural – sabes que te vas a meter en problemas por regarla, entonces intentas arreglarlo antes de que alguien lo note. Y si no puedes hacerlo, entonces tu jefe, o el jefe de tu jefe lo intenta. Y si nadie en la organización lo puede arreglar, y llega hasta el director ejecutivo, entonces él intenta ocultarlo de la prensa o reformularlo apropiadamente, de modo que el mundo nunca descubra que se cometió un error.

En la otra organización, tienen una actitud muy distinta. Te das cuenta desde que visitas su página de internet. Justo en la barra de navegación, en la parte de arriba de cada página, hay un enlace nombrado «Errores». Al hacerle click puedes encontrar una lista de todas las cosas en las que se han equivocado, empezando con la más embarazosa (una vez promovieron su grupo con nombres falsos).

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Confronta la realidad

Por Leonardo Ignacio Martínez Sandoval

Esta es una entrada traducida de la serie Raw Nerve de Aaron Swartz. La entrada anterior es Entra en el dolor.

Somos capaces de creer cosas que sabemos que no son ciertas, y luego, cuando finalmente nos prueban que estamos equivocados, de reinterpretar imprudentemente los hechos para mostrar que estábamos bien. Intelectualmente, es posible llevar acabo este proceso por un tiempo indefinido: el único problema con esto es que tarde o temprano una creencia falsa choca contra la realidad, usualmente en un campo de batalla.

George Orwell «In front of your nose»

Si quieres entender a los expertos, necesitas empezar encontrándolos. De esta manera, los psicólogos que quieren entender el «desempeño experto» empiezan poniendo pruebas a supuestos expertos para ver realmente qué tan buenos son.

En algunas áreas esto es sencillo: en ajedrez, por ejemplo, los grandes jugadores pueden derrotar a los amateurs de una manera consistente. Pero en otras áreas, es mucho, mucho más difícil.

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Entra en el dolor

Por Leonardo Ignacio Martínez Sandoval

Esta es una entrada traducida de la serie Raw Nerve de Aaron Swartz. La entrada anterior es Mírate objetivamente.

Cuando comienzas a ejercitarte, es un poco doloroso. No salvajemente doloroso, como tocar una estufa caliente, pero lo suficiente para que si tu única meta fuera evitar el dolor, definitivamente dejarías de hacerlo. Pero si continúas ejercitándote… bueno, simplemente sigue siendo más doloroso. Cuando terminas, si realmente te esforzaste, usualmente te sientes exhausto y adolorido. Y a la mañana siguiente es todavía peor.

Si eso fuera lo único que sucede, seguramente nunca lo harías. No es tan divertido estar adolorido. Pero aún así lo hacemos – pues sabamos que, a largo plazo, el dolor nos va a hacer más fuertes. La siguiente vez podremos correr más y levantar más antes de que el dolor comienze.

Y saber esto hace toda la diferencia. De hecho, comenzamos a ver el dolor como un tipo de placer – se siente bien llevarse a uno mismo al extremo, enfrentar el dolor y volverse más fuerte. ¡Siente cómo quema! Es divertido amanecer adolorido a la mañana siguiente, por que sabes que es una señal de que te estas volviendo más fuerte.

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Mírate objetivamente

Por Leonardo Ignacio Martínez Sandoval

Esta es una entrada traducida de la serie Raw Nerve de Aaron Swartz. La entrada anterior es Cree en que puedes cambiar.

En los 1840’s, los hospitales eran un lugar peligroso. Las madres que daban a luz usualmente no salían adelante. Por ejemplo, en la Primer Clínica Obstetricia del Hospital General de Viena, el 10% de las madres morían de fiebre puerperal tras el parto. Pero había buenas noticias: en la Segunda Clínica este número era sólo del 4%. Las madres en espera se dieron cuenta de esto – algunas se arrodillaban y rogaban por ser admitidas en la Segunda Clínica. Otras, escuchando que las pacientes nuevas sólo serían admitidas en la Primer Clínica ese día, dedicían mejor dar a luz en las calles.

Ignaz Semmelweis, un asistente en la Primer Clínica, no pudo soportarlo. Comenzó a buscar desesperadamente por algún tipo de explicación para la diferencia. Probó varias cosas sin éxito. Luego, en 1847 un amigo de Semmelweis, Jakob Kolletschka, estaba haciendo una autopsia cuando un estudiante accidentalmente lo cortó con un bisturí. Fue una herída menor, pero Kolletschka se enfermó terriblemente y al final murió, con síntomas muy parecidos a los que tenían las madres. Entonces Semmelweis comenzó a preguntarse: ¿había algún tipo de «material letal» en los cuerpos que fuera responsable por las muertes?

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